Este sábado 6 de mayo, las viñas del Cachapoal se pondrán sus mejores pintas (en…

¿Mesa para una persona? ¿Espera a alguien más? ¿Viaja sola?
¿Mesa para uno?, ¿Está esperando a alguien? Esa mesa está reservada para dos.
Ya lo decía un crítico gastronómico español, que vive en Lima. (El mismo que hizo bolsa un par de restaurantes chilenos), que cuando una persona sola va a un restaurante, lo sientan casi mirando a la pared, al borde de todos. No vaya a ser cosa que la persona sola quiera sentarse al medio del comedor del restaurante, no por dios. Sería un sacrilegio.
Es cierto, almorzar solo o sola un día de semana es súper normal. Sales de la oficina, no pudiste coincidir con tus compañeros y almuerzas solo. O estás en estos cafeses con internet incluido (yo voy al del banco, porque tiene salitas más privadas, pero no lo voy a nombrar porque no me paga por hacerle publicidad) y trabajas allí, nadie te dice nada por estar solo.
Pero anda a un restaurante a comer!! En la noche. Solo. O almorzar en un restaurante donde está lleno de familias y parejas.Y si eres mujer… uf!! mejor no sigamos.
Acá les cuento un par de anécdotas sobre el tema mejor.

Hace un tiempo, asesoraba al Restaurante Café Turri en Valpo. Fui con mi sobrina Rocío en ese entonces de 9 ó 10 años a almorzar mientras esperábamos a mi hijo Diego que estaba jugando un torneo de Play Station en un local en viña del mar. (Si, es medio freak lo del torneo de Play pero no ahondemos en eso ahora). La cosa es que el día estaba exquisito, la terraza del Turri en el Cerro Concepción ya se estaba llenando y la vista del mar estaba espectacular y había justo una mesa para 4 disponible que nos quedaba perfecto para las dos. Pero en el mismo momento que nos acercábamos a la mesa, también se acercaba un hombre joven. Solo. Si, solo. Una de las chicas garzonas muy amorosamente le dice: «No, esa mesa es para ellas, es para dos personas. Le podemos ofrecer esa otra mesa». Y esa mesa era una mesa que miraba casi a una pared, lejos de la vista claro.

Y yo me quería morir. Primero porque yo era en ese momento como de la casa, hubiéramos almorzado donde fuera, además, mi sobrina casi que quería comer un plato de papas fritas, tampoco era para tanto. Y segundo porque este hombre, aparte de que era bien guapo les diré, me miró con odio.
Yo me acerqué y le dije que él se sentara, que no había problema. El me volvió a mirar, ya con menos odio y con un sonsonete a lo amarogomespablos, me dice: «Y porqué no nos sentamos los tres juntos».
No se pasen rollos tampoco, almorzamos súper. Era de Vitoria. Al norte de España, que venía siempre a Chile, y específicamente a los casinos porque era vendedor (capaz que haya sido el gerente, no lo recuerdo) de la empresa Fournier de las cartas o naipes como le dicen. Y estaba en Viña del Mar visitando a sus clientes del casino. Cáchense lo rebuscado de la pega y decidió almorzar (comer como dicen los españoletes) en Valparaíso para ver la vista.
Me lo agradeció tanto, que obvio pagó la cuenta. Y al año siguiente que volvió amoroso él, me invitó a comer al Bocanariz. No lo he vuelto a ver más, pero de tanto me escribe un whatsap preguntando por mi y mi sobrina y cuando pasaré por Vitoria para invitarme a cenar a algún restaurante y sentarnos más no sea mirando la pared.
Viajando sola, comiendo sola
¿Han viajado solas amigas? Ahora hay una periodista que hasta tiene una agencia de viajes y lleva a mujeres que no tienen con quién viajar. Algo así como «viajo sola y me encanta». Es un siete ella, y me encanta que se haya posicionado como una viajera solitaria.
A mi también me ha tocado viajar sola y acá vamos con un par de anécdotas de las buenas.

Estaba en Miami, ya habíamos hecho la feria Descorchados en NY, tomé mi maleta y mi traje de baño y me fui una semana a Miami.
Acá en la foto que ven, en Ocean Drive, South Beach, me estoy tomando un helado, pero es un helado con malisia, que claramente me demoré miles de horas en comérmelo todo.
Y luego me pedí una pizza más una bebida por 10 dolares. Pero era una pizza XLLLXLXL!!!!
«No», le dije a la chiquilla que me atendió. «Yo pedí la pizza de los 10 dolares no más, la individual».
No había reparado que en Mayami todo es XLLLL, No hay fotos de eso por respeto a mi colesterol, pero ahí estaba yo sola, comiéndome una pizza enorme.
Entonces la chiquilla que me estaba atendiendo, que era Argentina me dice la frase más clave de todo mi viaje: «Cométela (pongan acento argentino, por fa) sin apuro, nadie te apurá, la playa está allá, estará más rato, acá nadie te apura con la mesa, cométela con tranquilidad».
Al día siguiente, ya tratando de hacer dieta, encontré un lugar chorisimo, bailaban afuera, música todo el día. Un bar- Restaurante super grande.
Ya saben Miami es Miami y hay que vivirlo.
La entrada no costaba cara pero no incluía nada de cover. No importaba. Yo llegué así como temprano, tipo 18 horas. Estaba feliz. Me senté en la barra, me pedí una cerveza, la música de verdad estaba buenísima. Mi idea era quedarme allí hasta las 22. Comer unos tacos, bailar tranquila, o ver bailar a los bailarines. Pasarlo bien sola. Sola.
En verdad yo disfruto mucho estando sola.
Y de la nada se me acerca un tipo, reconozco que no era muy agraciado, que me quería invitar una cerveza. Le dije que no, que no gracias. Que ya estaba tomando una. Me corrí.
En verdad amigos no quería una cerveza, no quería pinchar (estaba emparejada en Santiago igual, así que mi onda de viaje no iba por ese lado esta vez).
La cosa es que el tipo me seguía insistiendo. Después se corrió, yo pensé que se había ido. Y volvió al rato. Me sentí invadida. No estaba cómoda.
Finalmente, terminé mi cerveza y me fui. Figuraba en el hotel a las 19:30 horas en la piscina choreada del calor y la rabia que tenía.
No es No.
Birdland, Nueva York, Empire State
A diferencia de esa experiencia en Miami, estando en mi primer viaje a Nueva York hace unos años, viví un momento muy grato con alguien que conocí estando sola también. Lo comento porque yo elegí conocerlo o compartir una cerveza con él.
Un amigo muy querido me hizo una lista de lugares que debía conocer. Uno de ellos era Birdland. Jazz Puro. Lo google y había que reservar. Se tenía que reservar con meses de anticipación las mesas, pero mi amigo me pasó el papelito una semana antes del viaje, ya no tenía tiempo.
La cosa es que paseando, tipo 4 de la tarde, veo que está Birdland frente mío, sin abrir todavía. Pero una chica afuera estaba entrando. Le consulto por las reservas y me dice lo mejor del viaje en ese momento: «¿Estás sola? entonces quédate en la barra, allí no se reserva y solo pagas tu entrada, no te sirven la cena, pero puedes pedirte una cerveza y una tabla de quesos mientras está el Show. Abrimos a las 6, llega a esa hora «.
El show duró 45 minutos, en ese tiempo, te sirven la comida para los de las mesas y puedes estar en la barra si estás solo. Nadie te dice nada. Pagas, disfrutas y escuchas jazz. Lo amé el lugar. De verdad lo pasé muy bien, nunca había estado en un club de jazz y me sentía como Viktor Navorski (Tom Hanks) en la película «The Terminal».
Cuando terminó, salí. Pero era súper temprano.
Había un muchacho argentino que quería entrar y me preguntó en la puerta, como si yo fuera casi del local, si se podía entrar sin reserva. Le explique lo mismo que me dijo la chica a mi. Y él entró. Y pensé… «Son recién las 18:50».
Y volví a entrar! jajaja le dije a la chica de la caja que podía pagar de nuevo pero me miró y me dijo que pagara la mitad solamente. Así que ahí estaba yo nuevamente, una cosa muy loca, sentada en la barra para ver el segundo show de jazz, es que de verdad estaba muy cómoda allí. Con este Argentino que estaba de vacaciones en la gran manzana, que no había visto en pelea de perros y que de seguro no volvería a ver.
Lo pasamos muy bien escuchando Jazz. Salimos. Eran las 19:45. Estaba oscureciendo y nos fuimos al Empire State. Yo tenía esos típicos tickets que sacas antes, pero él no. Así que yo lo esperé, igual raro porque en un momento se demoraba mucho en la fila de la caja y pensé «¿se habrá ido?» Pero no, llego al rato y subimos.

No sé si debo poner su foto, porque de verdad no recuerdo ni cómo se llamaba. Espero no me demande. El andaba solo, yo andaba sola. Nos acompañamos en nuestras soledades.
Y ahora recuerdo lo que me dijo la chica Argentina de la pizzeria extra large, «Tomate tu tiempo, nadie te pedirá la mesa».
Así debiera ser siempre.
Tiempo para uno.
Para disfrutar con uno mismo.
Salud!
Para mi, lo peor de comer solo es la espera. El tiempo que pasa entre que te sientas y traen tu comida. Haces tu pedido y te quedas ahí cara a cara contigo mismo en un potente ejercicio introspectivo imaginando cada movimiento en la cocina, cada nota que el virtuoso chef ejecuta en la gustativa armonía que será la sinfonía de tu plato.
Cuando ya te aburriste de explorar la carta, que pediste te dejaran para ver qué pedirás la próxima vez (si la hay) o para memorizar los precios de lo que pediste y que así no te cuenteen con la cuenta.
Cuando ya contemplaste los detalles del lugar, pasando por los muros, ventanas, decoración, las caras de los demás comensales que con el tiempo pareces reconocer en un lánguido “déjà vu”, junto al ajetreo hiperactivo de los garzones.
Cuando ya te comiste lo que sea que hayan traído para amenizar tu espera y te pones a jugar con la servilleta o a frotar sobre el mantel algunas migas de pan.
Cuando en el pináculo de la impaciencia has visto venir tu plato tres o cuatro veces y que ha pasado de largo hacia otra mesa.
Cuando todo esto ya ha ocurrido, viene el garzón y te dice que lamentablemente ya no queda (o nunca hubo) lo que pediste.
Venga a mirar nuevamente la carta y a irte por lo fácil, para que no te toque esperar tres eternidades.
Que así como la consulta del psicólogo no es un buen lugar para comer, un restaurante no es el mejor lugar para encontrarse con uno mismo.